martes, 17 de octubre de 2017

¿POR QUÉ DEBEMOS SER BUENOS Y AMAR A NUESTRO PRÓJIMO?



¿Por qué debemos ser buenos, justos, generosos, entusiastas, por qué debemos amar a nuestro prójimo, brindarnos, entregarnos? ¿Obtenemos alguna ventaja? ¿Somos recompensados?
La única respuesta honesta es no. No está garantizado que los méritos sean recompensados, que los mejores obtengan los reconocimientos que han merecido. Los generosos son explotados por los egoístas, los honestos son estafados por los ladrones, los dóciles son acallados por los intolerantes. El que ha sido generoso no recibe en modo proporcional a lo que ha dado.
Jenner, que eliminó la viruela del mundo, murió amargado. A Lavoisier, el padre de la química moderna, los revolucionarios franceses le cortaron la cabeza. Semmelweis, que salvó a las mujeres de muerte puerperal, fue empujado a la locura.
¿Cosas del pasado? ¡Pero no! En política se admira al que es despreciativo, en televisión al que divierte, en los debates al que logra imponerse.Cuando llega alguien muy capaz, los mediocres, por envidia, lo despedazan. Cuanto más lo admiran en su intimidad, tanto más lo denigran.
A todos nos ha tocado ser generosos, haber repartido en nuestro trabajo tesoros de inteligencia y de paciencia. Luego, cuando hemos hecho algo mejor, en lugar de reconocimiento hemos recibido sólo la mirada de desprecio, una afirmación irónica. Y detrás de esta crítica, hemos sentido el rencor provocado por el hecho de que habíamos estado muy bien.
Repetimos la pregunta: ¿Por qué debemos ser buenos? Y es la misma pregunta terrible que resuena en la Biblia y en el Talmud. ¿Por qué, se preguntaban los judíos, nosotros que somos dóciles, que respetamos las leyes del Estado y de la Torah divina, estamos oprimidos y somos perseguidos por los violentos?
¿Por qué los justos sufren y los sacrílegos están tranquilos? Y encontraban la respuesta en la fe religiosa. Dios, al final, recompensará a los buenos y castigará a los malvados según la justicia.
¿Pero ahora qué respuesta damos? Cada época está obligada a repetirse la misma pregunta y a encontrar su respuesta. En nuestra época desencantada, que no cree en el infierno ni en el paraíso, deberíamos poder demostrar con un razonamiento que conviene ser buenos, dar una demostración científica.Pero no existe ningún cálculo de los costos-beneficios que justifique ser buenos. No “se gana nada”. Y entonces, ¿por qué hay que serlo?
La única respuesta es ésta: por amor, porque queremos a alguien. Porque queremos beneficiar a nuestro hijo, a nuestros amigos, a nuestra ciudad, a la naturaleza, al que vendrá. Si no existe este “querer bien” originario, libre, inmotivado, gratuito, esta virtud que surge directamente de nuestra naturaleza humana y de nuestra libertad, no puede existir ninguna moral.
El progreso humano llega porque todo hombre es capaz de dar. Toda la moral del mundo no proviene de un cálculo egoísta, sino de una energía primigenia que lleva a los hombres a crear, a hacer más cosas, a dar antes que recibir.
Algunos pueden llamarlo instinto, pero es un instinto con el cual la naturaleza se contrarresta a sí misma, a sus leyes, a la pura lucha por la existencia, al egoísmo individual, grupal. Es un ir más allá, trascender. Es lo que hicieron Jener, Semmelweis y millones de otros que han pasado su vida trabajando, creando.
Una leyenda hebraica afirma que el mundo existe porque treinta y seis justos, humildes y desconocidos, contrabalancean el mal que lo destruiría. Es una verdad profunda. Por fortuna los justos son muchos, muchos más.
FUENTE:  EL OPTIMISMO (Francesco Alberoni)